jueves, 5 de marzo de 2009

la tristura. años 90


Existe un lugar ilegible, críptico, en el cual los discursos públicos del poder se cruzan con el espacio de lo íntimo, con la cotidianidad de nuestro cuerpo y de nuestras palabras. No nos parece descabellado pensar que en la opacidad de dicha intersección se fundan todas las potencialidades del fascismo en nuestro tiempo. En este sentido, es muy fácil detectar al fascista que se asoma a la política visible de hoy en día (Sarkozy, Bush o Aznar), sin embargo, resulta enormemente difícil reconocer al fascista que todos llevamos dentro. Inexorablemente siempre es más fácil buscar culpables, mientras que siempre nos resulta imposible reconocer la culpa propia, darnos por aludidos. Y ello se deba seguramente al régimen de binomios sobre la que se ha fundado la política moderna capitalista, a saber: la supuesta separación entre la macro y la micropolítica, entre lo público (la mirada) y lo privado (la caricia). Dicha separación es la que hace posible nuestra inocencia, nuestra pasividad; Travis ante la tv: “me siento ante el televisor y espero que suceda una catástrofe”. Sin embargo, frente a este dispositivo económico podemos pensar la estética como una máquina de guerra, la cual, frente a la inocencia propone la responsabilidad. Preguntándonos consecuentemente si el teatro puede operar como uno de esos lugares posibles para dinamitar las segmentaciones que implican el ejercicio de una violencia siempre elidida, sublimada, para buscar un espacio posible entre la palabra y el cuerpo, entre la voz y el lenguaje, entre lo personal y lo político. Dicho con otras palabras: ¿podría la escena posibilitar una línea de fuga que ponga de relieve una transversalidad entre género y cuerpo, entre propiedad y violencia? Una posible propuesta: la voz de Patti Smith y sus lánguidos acordes de la versión de Smell like teen spirit marcan la duración interminable de la secuencia, el cuerpo de Klaus se ve marcado, escrito por los nombres de aquellos hombres que hicieron factible el retorno de lo inhumano en lo humano: Pinochet, Videla, Thacher, etc. El envite no es baladí, presentar el espacio invisible en el cual se cruzan la política de estado y el cuerpo humano, presentarlo para posibilitar una nueva política y un nuevo cuerpo, un cuerpo sin órganos, andrógeno, que en la batalla consigo mismo reivindica la posibilidad de encontrarse con la alteridad sin que en su relación medien relaciones de poder o discursos industriales. Paradójicamente, esta nueva relación donde el poder es neutralizado siempre va a ser asimétrica, el yo siempre va a ser más responsable con el Otro que consigo mismo, el yo siempre va a ser más culpable:

El fin del mundo será culpa nuestra
Por no tener las cosas claras
Por no habernos buscado en cada sitio
Por no haber sacado nuestra bandera cada día
El fin del mundo será culpa nuestra
Por no habernos amado de verdad
Por no haber estudiado lo suficiente
Por no habernos creído el mundo nuevo





Años 90. Nacimos para ser estrellas de La Tristura. Hoy 5 y mañana 6 en la casa encedida.22:00. madrid.

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