jueves, 27 de mayo de 2010

mogwai y roland barthes: fragmentos de un dicurso amoroso

No puedo escribirme. ¿Cuál es ese yo que se escribiría? A medida que ese yo entrara en la escritura, ésta lo desinflaría, lo volvería vano; se produciría una degradación progresiva -en la que la imagen del otro sería, también ella, arrastrada poco a poco (escribir sobre algo es volverlo caduco)-, un hastío cuya conclusión no sería otra que: ¿para qué? Lo que bloquea la escritura amorosa es la ilusión de expresividad: escritor, o pensándome tal, continúo engañandome sobre los efectos del lenguaje: no sé que la palabra sufrimiento no expresa ningún sufrimiento y que, por consiguiente, emplearla, no solamente es no comunicar nada, sino que incluso, muy rápidamente, es provocar irritación (sin hablar del ridículo). Sería necesario que alguien me informara que no se puede escribir sin pagar la deuda de la "sinceridad" (siempre el mito de Orfeo: no volverse a mirar). Lo que la escritura demanda y lo que ningún enamorado puede acordarle sin desgarramiento es sacrificar un poco de su Imaginario y asegurar a través de su lengua la asunción de un poco de realidad. Todo lo que yo podría producir, en la mejor de las hipótesis, es una escritura de lo Imaginario; y para ello me sería necesario renunciar a lo Imaginario de la escritura -dejarme trabajar por mi lengua, sufrir la injusticias (las injurias) que no dejará de inflingir a la doble Imagen del enamorado y de su otro

Barthes, Roland. Fragmentos de un discurso amoroso. Siglo XXI. Madrid. 2005. p.120

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